Toulouse – Castelnaudary

(Hemos madrugado, Txelu estrena bici y alforja. Su nueva Surly luce con el aspecto de quien se sabe invencible. Viajamos en tren a Toulouse vía Hendaia.

Esta novena etapa comenzará exactamente en el punto donde terminó la octava. En Donostia se montan una cuadrilla de franceses que continúan en una fiesta que seguramente iniciaron anoche. Nos quedamos atascados en la estación, vemos como el jefe de estación pierde los nervios con la cuadrilla de franceses. Observamos desde la distancia lo que que parece una escena habitual.
Conseguimos entender que estamos bloqueados porque nuestra tarjeta Barik solo sirve para viajar en Euskotren hasta Deba.
En Hendaia desmontamos y embalamos las bicis en la estación, nos vemos hábiles haciéndolo.
Montamos las bicicletas al tren, no vemos una posición en el vagón para permanezcan estables. En el portamaletas conseguimos asegurarlas con un cordón de zapatilla que atamos a una pequeña barandilla.
El tren se va llenando estación a estación, en la de Lourdes dos abuelas guapas se sientan a nuestro lado. A la vez pensamos sin decirlo que parecemos dos parejas de novios, nos reímos. Su conversación en francés nos parece interesante. Escuchamos, estamos entretenidos.
Llegamos a Toulouse, el día de trenes ha sido largo.

Hoy dormimos en un Ibis Badget al lado del río. Nos sorprende, son apenas seiscientos metros desde la estación, está muy bien situado.
Salimos a cenar, como adolescentes que buscan a un antiguo amor de verano buscamos la anduillette en la brasserie Bistro Des Carmes. De la misma forma nos desilusionamos, hoy está cerrado.

Es muy tarde y aunque pensamos que las opciones de cenar anduillette se acaban nos damos un paseo largo leyendo con dificultad la carta de los pocos restaurantes que aún permanecen abiertos. Ya dudamos si vamos a cenar, vemos como los restaurantes recogen y caminamos sin mucha esperanza. Vemos unas luces al fondo de un callejón, nos miramos, nos entendemos y sin decirnos nada nos acercamos. Es un lugar que nos sorprende, La Gouaille.

Estamos de suerte, sirven cenas hasta las doce y media y, justo, tenemos una mesa libre para dos arriba en el fondo. Nos explican que como cenando escucharemos un concierto la cena tiene un sobrecoste de dos euros. Nos gusta la idea, miramos al grupo, suenan sucio, son cinco, con su contrabajo y batería amontonados en apenas tres metros cuadrados, sin espacio en un bar abarrotado. Han conseguido crear uno de esos ambientes donde todo es posible. El bar parece una cueva y todos nosotros estamos entregados a lo que tenga que suceder en ella. No existe intimidad, o la intimidad es la que formamos todos juntos. Las mesas se tocan, se aprovecha la barra para servir cenas.
Vemos en una pizarra su formule de nuit, aparece la anduillete, decidimos cenar también queso al horno con pimentón. Bebemos vino tinto de la casa.
Nuestra mesa se toca con otras dos mesas, formando una mesa de seis. Cenamos con dos parejas jóvenes que han llegado antes y han ganado cierta confianza entre ellos. Nos resistimos, pero las miradas, los gestos, nos invitan a afectarnos. Cuando se deciden a servir de su vino en nuestras copas nos veamos involucrados en su conversación.
Cenamos en plan fulano y hacemos sobremesa con unas copas de cognac y armagnac.
Una de las parejas se despide y nos quedamos ya sin remedio en una conversación abierta con la pareja de Perpignan. Han bebido lo suficiente como para que ella nos diga que Txelu se parece a Chabal, un jugador de rugby icono sexual en Francia.
Nos cuentan su historia de amor, que se conocieron por facebook, que él era militar pero que lo dejó por seguir a su amor. Insisten en que al finalizar nuestra ruta visitemos su casa. Nos hablan de hacer barbacoas, de sus dos hijos, de su búsqueda de empleo y de que nos encontraremos un Canal Du Midi en proceso de deforestación. Insisten mucho en que les visitemos, nos dan su número de teléfono, se ofrecen a venir a recogernos a Setè. La conversación se agota, es tarde, nos despedimos.

Hacemos entre risas el paseo al hotel, nos hemos sentido tan incómodos en la conversación con ellos como si nos hubieran pedido un intercambio de parejas. Fantaseando, asustados con esa idea, nos fuimos a dormir.)

No queremos desayunar en el Hotel, nos montamos en las bicis y buscamos una cafetería. En la primera que encontramos nos tomamos café au lait y la elección de bollería que vemos más apetecible. Queremos comprar comida antes de salir al canal. Circulamos por la ciudad mezclados con otros ciclistas que usan la bici para ir a su trabajo o centro de estudios. Aún es pronto, pero vamos viendo como la ciudad se pone en movimiento.

Paramos las bicicletas ante una tienda de alimentación. Compramos pan, tomates, frutas y vegetales. Repartimos la carga en las alforjas. Vamos buscando la salida al Canal por una avenida  grande, muy amplia, con circulación tranquila.

La ruta por el Canal Du Midi comienza cómoda. Camino asfaltado, como en el Canal de La Garonne. Hemos pedaleado ya unos cuantos kilómetros, nos paramos a observar una granja. Parece una comuna de artistas. Tienen un coche literalmente plantado, un camino marcado con bicicletas en desuso, la pared de la granja hecha con trozos de autobuses, grande círculos marcados en la fachada. Una mujer está colgando la ropa en la entrada. Hacemos fotos, no nos atrevemos a acercarnos. Hablando de comunas y sectas continuamos la ruta.

Paramos a comer en una mesa con bancos, está en sombra frente a una esclusa. Estamos acompañados de una oca, una mujer pasea, en una mano lleva un carro en la otra una niña un buen berrinche.
Preparamos la comida. Hemos desarrollado habilidad para hacer nuestros menús más ricos y adaptados a las circunstancias de un día en ruta. Especulamos con la idea de hacer una guía de referencia sobre gastronomía para viajes en bicicleta. Se acerca un jubilado que viene subido en una bicicleta, se baja, anda con cojera, se sienta en el banco. Al rato llega otro. Aún no hemos acabado la comida y ya son ocho. Esta mesa a la sombra de un árbol junto a la esclusa del canal es su punto de encuentro. Un lugar donde pasar la tarde. Parecen contarse la vida. Unos han venido en bicicletas pesadas y antiguas, otros paseando.

Seguimos ruta. Tomamos un desvío y nos paramos a hacer un café en un chambre d’hôtes, vemos unas mesas en un jardín junto a un invernadero, nos sentamos. No nos atiende nadie, entramos en la cocina de la casa para buscar a alguien que nos atienda. Pedimos unos cafés que nos sacan acompañados de unas rosquillas. Compartimos jardín con una pareja que viaja con niños en bicicleta, los niños aprovechan y juegan en una charca, el padre vigila a distancia.
Se acerca un grupo de chicas, vienen de Cataluña, hablan alto, decidimos continuar la ruta.

En el canal: barcazas, barcos en uso y desuso. Pedaleamos plácidos, los árboles nos dan sombra. Tranquilos.

Hemos llegado al punto más alto del canal. A partir de aquí, hasta el mar Mediterráneo todo será un descenso tendido. Tomamos conciencia de estar en un punto clave del canal, subimos al monolito en honor a Pierre-Paul Riquet, el ingeniero que concibe el Canal Du Midi dando acceso a la ciudad de Toulouse al Mediterráneo. Paseamos por los canales que abastecen de agua al canal principal en este punto más alto. Estiramos la visita, hablamos, leemos los paneles informativos para nosotros mismo pero en voz alta.

Venimos de un camino ancho y asfaltado. Por tramos la ruta comienza a convertirse en senderos cruzados por raíces de árboles y hierba alta que deja ver un paso estrecho de tierra seca agrietada.

La Jabali bag de Txelu bota peligrosamente sobre su parrilla flotante Carradice. El fabricante de bicicletas Alan en los años setenta no pensó nunca que André iba a meter su bicicleta de tubos encolados en lugar de soldados por este tipo de rutas. Tratamos de continuar rodando ligeros, acompasando nuestro pedaleo en piñón fijo a los saltos del camino. Vamos atentos, en silencio, con la mirada puesta en la distancia corta, disfrutando mucho por momentos, sufriendo los botes del camino.

Se nos hacen largos los veinte kilómetros de baches, piedras y raíces que nos quedan hasta Castelnaudary.

Nos sorprendemos entrando en un lago, las embarcaciones se hacen pequeñas ante la serie de barcazas que en fila llevan un tiempo esperando ser alquiladas.
El pueblo abraza a nuestra izquierda el lago. Tan solo dos metros desde donde termina el agua comienza a ascender el pueblo. Subimos por lo que parece la avenida principal, a los lados casas nobles y al fondo frente a nuestro hotel la plaza que hoy parece en día de feria.

Decidimos sentarnos en una terraza sin más plan que tomarnos dos picon biére. Ya sabemos que hoy nuestra reserva de habitación incluye para la cena cassoulet. Contemplamos desde nuestras picon biére, en silencio, como un camarero alto, con gesto serio y tatuajes en los brazos atiene las mesas que tenemos al lado. Encontramos placer en ver como interactúan desde su francés desinteresado, aún así estamos impacientes, hoy cenamos en la Maisson de Casoullet.

La cassoulet es un plato típico francés de resistencia en invierno. Alubias y carne de pato. Hoy cenamos en el epicentro, en ‘dios, el padre’: Castelnaudary. El origen primigenio y la mejor calidad de cada variedad de pato guisado.

Lo que en principio nos parece un error no lo es. Al entrar en nuestra habitación descubrimos que hoy tenemos que dormir en una cama compartida de matrimonio. En unos minutos lo asumimos, sacamos una petaca que llevamos cargada con Cognac Henessy XO. El cielo está despejado, buscamos la luz de la luna en el lago, la encontramos.

Paseamos alrededor del lago con risa contenida, vemos nutrias que a nuestro paso buscan refugio en el lago, quitamos la envoltura a dos pequeños vasos de plástico que hemos sacado del baño de nuestra habitación del hotel. Nos servimos el cognac en ellos, uno está roto.  Las nutrias aparecen de nuevo como último tema de conversación. Dudamos, ¿son nutrias? ¿O son ratas?

Fecha: 14-04-2014
Recorrido: Toulouse - Castelnaudary
Distancia: 68,54 kms.
Dormir: Maison du Cassoulet